El día que Colombia perdió la esperanza

A finales de Marzo de 2008, Andrés Pérez, periodista de la revista Informativa de Bogotá, preparaba un especial en su publicación acerca de la conmemoración de los 60 años de la muerte de Jorge Eliécer Gaitán y el Bogotazo.

Pérez buscaba personajes que vivieron ese momento histórico en el país y que aún siguieran vivos, pero aunque encontró algunas ancianas en el centro de Bogotá, que habían vivido ese acontecimiento, ninguna de ellas estaba dispuesta a hablar sobre el suceso, 60 años después, pues era un trauma recordar ese triste 9 de Abril de 1948, que había causado la muerte de muchos de sus familiares.  

La búsqueda cada día se hacía imposible, Pérez no encontraba aún alguna persona que quisiera contar su historia sobre ese fatídico día. La edición de la revista, que conmemoraba el Bogotazo, se acercaba y el periodista sólo tenía recopilados datos históricos, pero ninguna entrevista a alguna persona que hubiera vivido ese acontecimiento.

Andrés Pérez era de Armenia, una ciudad al occidente del país, en la zona cafetera. Se había graduado de periodista y desde hacía apenas 2 años estaba trabajando con la revista Informativa. Aunque su inteligencia y maravillosos artículos periodísticos le habían dado un importante lugar en esa publicación, el hecho de que no fuera oriundo de Bogotá le impedía tener familiares que hubiesen vivido ese traumático día en el país.

La presión que tenía este joven de 25 años por publicar el especial sobre los 60 años del Bogotazo era grandísima, su jefe inmediato, el periodista Juan Camilo Monsalve, era comprensivo y sabía el compromiso que era para la revista Informativa publicar ese especial, así que una tarde, dos semanas antes de la publicación, se fue con Andrés a las afueras de Bogotá.

Luego de cruzar la Avenida NQS de Bogotá, los periodistas estaban en un sector campestre donde había varios condominios cerrados; hasta ahí llegaron en la camioneta de Juan Camilo:
-Juan Camilo para que vinimos hasta acá, perdóneme pero usted sabe que no tengo mucho tiempo, estoy muy estresado con la publicación del especial-dijo Andrés.
-Ah es cierto, ¿cómo va ese especial, ya logró conseguir al entrevistado?
-Desgraciadamente no, nadie me ha querido colaborar, ya no sé qué hacer.
-Pues tranquilícese, porque a eso vinimos acá, espero que haya traído la grabadora, porque un viejo conocido mío nos va a colaborar.
-Gracias Juan Camilo, le debo una, no se imagina el temor que tenía por defraudarlos en la revista.
-Tranquilo, más bien vamos que don Gabriel nos está esperando.

Ambos entraron a la hermosa casa, una vivienda de dos pisos, con jardines a su alrededor, amplias zonas verdes y en su interior unos suntuosos detalles que contrastaban con la sencillez y amabilidad del dueño de la morada.

Al ingresar los recibió la hija de don Gabriel, una solterona de 48 años que vivía con su padre. Pocos minutos después bajó a donde se encontraban los periodistas don Gabriel Ocampo, se saludó amablemente con Juan Camilo, pues eran conocidos por los nexos de sus familias.

El señor Gabriel Ocampo era un anciano de 82 años, la expresión de su cara, amable, tranquila y sonriente, nos describe muy poco lo que había sido la difícil vida del señor Ocampo, aunque se ha conservado con excelente salud, pues nunca a decaído en un hospital. Al encuentro con Juan Camilo se saludaron afectuosamente.
-Don Gabriel ¿cómo está?, qué gusto verlo-lo saludó Juan Camilo.
-Juan Camilo el gusto es mío, hace meses que no nos veíamos, desde diciembre probablemente. Leí tu columna de la semana anterior, por ahí te envíe un correo electrónico, me gustó mucho lo que dijiste de las empresas de servicios públicos.
-Muchas gracias don Gabriel, revisaré mi correo mañana mismo. Te presento entonces a Andrés Pérez, periodista del área política de la revista, es un gran profesional.
-Mucho gusto don Gabriel-se presentó Andrés.
-El gusto es mío, soy un admirador de los periodistas, estoy a su servicio.
-Pues bien como ya te había dicho por teléfono mi interés, o mejor el interés de mi compañero, es conocer tu historia sobre el 9 de Abril del 48.-le manifestó Juan Camilo a don Gabriel.
Dicho esto, a don Gabriel se le encharcaron los ojos, volvieron a su mente esos tristes recuerdos, las imágenes de amigos y conocidos  muertos lo llenó de nostalgia, aunque, con la valentía y la fuerza que lo caracterizaba, les respondió:
-Precisamente aquí traigo unas fotografías de esos días en esta carpeta. Señores periodistas, aunque para mí es triste recordar y narrar ese día, que sin duda alguna fue el peor de mi vida, hacerlo lo considero un homenaje a los mártires de esa guerra absurda.
-Muchas gracias don Gabriel-dijo Andrés- para mí es muy importante su historia, llevo buscando una persona como usted hace más de 3 semanas, he buscado muchos testigos que vivieron ese 9 de Abril, pero nadie ha querido narrarme lo que ocurrió.
-Es comprensible Andrés, muchos probablemente quieren olvidar ese día, quizás, como en mi caso, ese día perdieron a seres muy cercanos y, aunque a mí no me pasó, muchos de ellos, desde el 9 de Abril de 1948, murieron en vida.

Don Gabriel les pidió que se sentaran, su hija trajo tres pocillos de café, pues el señor Ocampo les había dicho que la historia era muy larga y probablemente estarían hablando, en la sala de su casa, hasta altas horas de la noche.

El relato de Don Gabriel inició, y Andrés encendió su grabadora digital, las palabras del hablante transportaron a Andrés y Juan Camilo a la Bogotá de los años cuarentas y después de tomar dos tragos del café que le habían ofrecido, la mente de Andrés empezó a trabajar y se metió en la historia de don Gabriel...

Era Bogotá en 1946, para las elecciones presidenciales de ese año, Jorge Eliécer Gaitán, un caudillo liberal, de esos que no se veían desde los tiempos de la independencia, se presentó como candidato a la presidencia, aunque, como ha sido característico en el partido Liberal, existieron divisiones y peleas internas, por lo que los simpatizantes liberales se separaron y finalmente el conservador Mariano Ospina Pérez ganó la presidencia. La victoria de Ospina Pérez suscitó una gran oposición liberal, más en ese tiempo, cuando existía fanatismo político y usar, vestir o pintar color azul significaba ser conservador o color rojo significaba ser liberal, cuando no podían casarse o relacionarse familias de partidos diferentes y cuando se mantenían pequeñas guerras civiles, por el poder entre ambos partidos políticos, en varias regiones del país.

Don Gabriel era dueño de un prestigioso café ubicado en el centro de Bogotá, el famoso Gato Negro. Allí se reunían en las mañanas y especialmente luego de las cinco de la tarde periodistas, intelectuales, políticos y bohemios. A ese lugar, ubicado a pocos metros del despacho de Jorge Eliécer Gaitán, llegaba éste a diario con sus más cercanos amigos, el señor Ocampo, a su llegada, solicitaba a una de sus meseras el mejor café para Gaitán y sus acompañantes y se sentaba junto a ellos a hablar de política. Por esos días las marchas de oposición, frente a las políticas del gobierno del conservador Mariano Ospina Pérez, eran frecuentes y en ese lugar de reunión se fraguaban las principales manifestaciones del pueblo.

Las calles de Bogotá enmarcaron durante casi dos años, las grandes manifestaciones del pueblo, encabezadas por Jorge Eliécer Gaitán y sus más cercanos colaboradores, marchas que a su vez fomentaban el fanatismo político y el odio profundo entre los partidos políticos.

Habían transcurrido dos años, en ese entonces Gabriel tenía 22 años, era un respetado caballero de una de las familias más trabajadoras de Bogotá; a diario usaba lujosos paños de distinto tipo y ostentosos sombreros, accesorio predominante en los caballeros de la época, de diferente calidad, sus zapatos eran de cuero, de las mejores tiendas de Bogotá, traídos directamente de Bucaramanga. 

Gabriel, este respetado caballero de tez morena, cabello negro oscuro y ojos café, amaba profundamente a una de las servidoras de su café, Marta era el nombre de esta mujer de 19 años, proveniente del municipio de Soacha, con la que sostenía un romance desde hacía más de un año y con quien tenía serias intenciones de casarse.

El 4 de Abril de 1948 hacia las 11 de la noche, después de hacer la contabilidad diaria de su café, lo cerró por ese día, y se dirigió a su casa, que estaba ubicada a pocas cuadras del negocio. Tras caminar dos cuadras escuchó unos gritos, el suceso lo sorprendió pues a esa hora era inusual que esto ocurriera, se acercó al lugar y el silencio de la noche le permitió escuchar la conversación:
-Roa usted sabe que le conviene, ganarse esos 1.000 pesos le harían mucho bien, más con la situación que vive su señora madre y en esa casa, que no es la mejor para la salud de la señora.
-No me chantajee con esto señor, yo no estoy dispuesto a hacerlo.
-Ya veo Juan, lo que hace que se esté negando es el dinero, pues tranquilo que ese no es el problema, usted sabe que los conservadores del gobierno y uno que otro liberal están dispuestos a pagar lo que sea.
Escondido tras una pared, Gabriel escuchaba y se preguntaba qué podría ser eso en lo que los liberales y conservadores estuvieran interesados y aliados al mismo tiempo, una alianza de ambos en ese entonces era impensable.
La conversación de estos dos hombres continuó:
-Bueno y usted que habla de dinero como si le sobrara, cuánto está dispuesto a pagarme.
-Ya le dije Roa, mucho dinero, nada más dígame cuánto quiere.
-Le cobro 6.000 por matar a Gaitán y 4.000 por mi silencio.
En ese momento Gabriel quedó atónito con lo que había escuchado, estaba nada más y nada menos viendo como se planeaba el asesinato de su ídolo político, Jorge Eliécer Gaitán. No daba crédito a ello y quizás en un acto imprudente, se acercó y les gritó a los hombres que estaban sosteniendo la conversación:
-No van a asesinar a don Jorge Eliécer, malditos godos quieren matar a nuestro líder, maldito Ospina Pérez asesino.
Los hombres quedaron estupefactos al ver que alguien había escuchado la conversación, de inmediato Juan Roa detuvo fuertemente a Gabriel, mientras en una casa cercana el otro hombre pedía prestado el teléfono para llamar a la policía. Segundos después llegaron los tenientes del comando más cercano, Juan Roa soltó a Gabriel y huyó por las oscuras calles del centro de Bogotá para evitar que lo vieran, el respetado caballero que sostuvo la conversación con Roa les dijo a los policías que Gabriel había intentado robarlo:
-Teniente llévese a este desadaptado que intentó robarme.
-Y el otro hombre, ¿también intentó robarlo?.
-No teniente, él es un buen ciudadano que me ayudó.
Gabriel empezó a gritar:
-Cometen un error teniente, yo no soy un ladrón, míreme soy Gabriel Ocampo el dueño de Gato Negro, además este hombre estaba acá para planear la muerte de Gaitán.
Uno de los policías le dijo a su compañero:
-Si oye la locura de este hombre, como se le va a ocurrir que este caballero, dirigente liberal, va a querer matar a Gaitán, viejo loco. Además muchas veces quise entrar a su respetadísimo café y nunca me recibieron. Andando que se va para la comisaría.
Los policías condujeron a Gabriel en una camioneta Ford al servicio de la Policía Nacional, uno de los policías se quedó junto a ese caballero que había acusado a Gabriel y le dijo:
-Disculpe las molestias, ese hombre va a permanecer en las sombras hasta mañana, qué vergüenza que un respetable dirigente político como usted se vea sometido a estos problemas.
-Pierda cuidado teniente, pero eso sí, tome este dinero y deje por varios días a este hombre en la cárcel, acúselo de robo, de agresiones personales de lo que sea, no permita que salga de los calabozos y no le brinden defensa, estaré pendiente teniente.
-Ni más faltaba señor, con este dinero, sus deseos son órdenes, ese hombre no volverá a ver la luz del sol por varios meses.

Cuando llevaron a Gabriel a la comisaría de policía, los policías le obligaron a guardar silencio, pues éste seguía gritando a los cuatro vientos que iban a matar a Gaitán, los policías, debido al soborno, encerraron a Gabriel en los calabozos más bajos para que nadie lo escuchara. 

Al otro día Marta, la empleada y compañera sentimental de Gabriel, se extrañaba por su ausencia, ella había abierto el café hacia las seis de la mañana y como era costumbre, don Gabriel siempre llegaba a las ocho de la mañana, pero ese día no. Hacia las 8:30 de la mañana, dos policías llegaron al café Gato Negro:
-¿Quién es el encargado de este café?-preguntó un policía.
-El encargado es el señor Gabriel Ocampo, pero él no se está, en qué -le puedo servir-respondió Marta.
-Precisamente de él venimos a hablarle, el señor Ocampo está recluido en la Comisaría Central de la Policía, él le manda a decir que se haga cargo del café, porque su estadía en la cárcel va a ser muy larga.
-¿Qué me dice?, ¿Qué fue lo que ocurrió?, yo quiero ir a verlo.
-Eso no se va a poder señorita, el señor Ocampo está en uno de los calabozos y allá es prohibido el ingreso.
-Pero ¿cómo hago? yo necesito verlo.
-Ya le dije es imposible, el señor Ocampo no saldrá hasta dentro de unos meses o quizás años. Ahora suministrada la información, me retiro, espero no verla por la Comisaría, porque no se le permitirá el acceso.

En el calabozo Gabriel gritaba fuertemente, aunque nadie lo escuchaba, sabía que debía hablar con alguien para que le informara al doctor Gaitán sobre el peligro de muerte que corría, pero por esos corredores oscuros y húmedos de los calabozos no pasaba nadie y el único que tenía acceso era el policía sobornado.

Esa tarde, después de las cinco, Jorge Eliécer Gaitán llegó acompañado de sus más cercanos amigos y colaboradores. Como siempre todos pidieron un café, aunque Gaitán se extrañó por la ausencia de Gabriel, cuando Marta les llevó los pocillos de café, Gaitán le preguntó:
-Señorita, ¿dónde está el señor Ocampo?, me extraña que no esté acá atendiendo como siempre.
-Ay doctor Gaitán pasó algo horrible y necesito su ayuda-le dijo Marta.
La mujer conocía las grandes facultades de Gaitán como penalista, gracias a sus estudios de derecho en la Universidad Nacional y su especialización en Roma, así que le pidió que defendiera a Gabriel.

Al otro día, cerca de las nueve de la mañana, Gaitán se presentó a la Comisaría para conocer el caso de Gabriel y entrevistarse con él. Pero al hacer la solicitud, los policías le negaron la audiencia con el sindicado y le dijeron que la condena en contra de Ocampo ya estaba hecha y no saldría del calabozo hasta después de dos meses. Gaitán protestó y pidió que se realizara un juicio para defender justamente a Ocampo, pero los policías se negaron a sus peticiones.

Debido a que estaba muy ocupado con una marcha que se realizaría en el centro de Bogotá al otro día y concentrado en una sesión del Congreso que tendría por la tarde, Gaitán descuidó un poco el caso de Ocampo y decidió ir a los dos días para saber qué suerte corría el dueño de su café preferido.

Esa misma noche la conversación entre el dirigente liberal y Juan Roa continuó, los dos se encontraron en un misterioso grill en una zona de tolerancia de la ciudad, el dirigente liberal iba vestido totalmente de negro y con un sombrero que le tapaba gran parte de su cara, para evitar que lo descubrieran, la cita fue a las nueve de la noche.
-Roa ya sabe que hay que tener más cuidado, ayer tuvimos suerte en que pudimos llamar a la policía y encerrar a ese hombre, pero hay que estar pendientes, el día se acerca.
-Muy bien doctor, yo estoy dispuesto a hacerlo, pero necesito el dinero, ya sabe, 10.000 pesos.
-Aquí los tiene, primero le doy 7.000 y después de la muerte del hombre el resto. Y ya que tiene el dinero en sus manos, me va a escuchar muy bien las indicaciones, el asesinato no puede salir mal, me entiende –Roa escuchaba atento lo que le decía el dirigente liberal- los disparos se los propina el 9 de este mes, es decir, en cuatro días. Nada puede salir mal, cuidado se nos voltea porque sabe que hay gente muy poderosa detrás de esto.
Acerca de cómo iba a ser el asesinato de Gaitán estuvieron conversando Roa y el dirigente liberal por varias horas, hasta que hacia las 11:30 de la noche el dirigente se ausentó del grill y Roa se quedó bebiendo, gastando el dinero adelantado de su aterrador trabajo, asesinar la esperanza de un país.

Pasaron dos días y durante ese tiempo Gabriel hablaba con el policía sobornado, le decía que él iba a ser cómplice de la muerte de Gaitán, pero él no le prestaba atención. El aspecto del señor Ocampo, debido a las penurias que debía pasar en el calabozo, era aterrador, estaba delgado, barbado, con claros signos de debilidad y con mucha hambre. Trataba de comunicarse con alguien, trataba de que alguien más supiera los planes de atentar contra Gaitán, gritaba muy fuerte, pero nadie lo escuchaba y el policía lo agredía para que guardara silencio. Marta había ido los dos días a la Comisaría, pero no la habían dejado ver a Gabriel. La llenaba una impotencia el descuido del doctor Gaitán con el caso, y un dolor por la ausencia de su compañero y el amor de su vida.

En la tarde de ese 8 de Abril de 1948, Gaitán llegaba de una conversación, parte de los actos de la IX Conferencia Panamericana, que se celebraba en Bogotá; la capital colombiana estaba sumida en la tranquilidad, pues la presencia de importantes miembros delegados de los países panamericanos tenían a Bogotá en un control de seguridad absoluto. Al volver a su despacho, Gaitán se entrevistó con Marta, quien le pidió que se acercara a la Comisaría para continuar con el caso de Gabriel, Gaitán le dijo:
-Tranquila señorita, muy seguramente mañana, cuando vaya al juzgado, me darán una audiencia para Gabriel, iré en la tarde por el documento y para pasado mañana tendremos otra vez a el señor Ocampo libre.
-Pero el tiempo apremia doctor Gaitán, mire que esos calabozos son horribles y no me quiero imaginar cómo estará sufriendo Gabriel, ¿puede ir hoy por ese documento?
-Lo siento, pero hoy estoy muy ocupado con la Conferencia Panamericana, pero le aseguro que mañana hacia las tres de la tarde tendré ese documento en mis manos.
-Muchas gracias doctor Gaitán, confío en usted.

La noche de ese 8 de Abril fue tranquila, no predecía en lo más mínimo lo que al otro día ocurriría en Bogotá, uno de los días más sangrientos de la historia latinoamericana.

Hacia las 10 de la mañana de ese 9 de Abril, Juan Roa Sierra llegó al café Gato Negro, vestía un traje carmelita de paño rayado, zapatos amarillos rotos y un sucio sombrero de fieltro, en ese lugar estuvo por más de tres horas y sólo consumió un café. Hacia el medio día, se dirigió unos metros fuera del café hacia el despacho del doctor Gaitán, y le pidió a la secretaria del caudillo liberal entrevistarse con él, pero sorprendida por la inesperada visita de aquel hombre, Cecilia de González le negó el paso a Juan Roa.

Roa Sierra salió disgustado del despacho de Gaitán, al momento llegaron grandes amigos del caudillo, quienes lo invitaron a almorzar al Hotel Intercontinental. Cuando salían del edificio Agustín Nieto, donde quedaba el despacho, el homicida, siendo la 1:05 de la tarde, le propinó tres disparos a Jorge Eliécer Gaitán.

La conmoción fue inmediata, las personas que transitaban por el lugar estaban sorprendidas por el suceso, los amigos de Gaitán lo llevaron de inmediato a la Clínica Central, mientras que una turba enfurecida que se había formado, perseguía a Juan Roa.

A la Comisaría Central llegó la turba quien ingresó por todas partes a pedirle a los policías la captura de Roa, Gabriel en su calabozo no entendía lo que sucedía, pero aprovechó la conmoción y salió del lugar, al llegar a la calle y ver el alboroto, le preguntó a un hombre:
-¿Qué es lo que ocurre?
-Mataron al doctor Gaitán, lo mataron. Fueron esos godos hijueputas. ¡A matar godos!
Gabriel quedó estupefacto con la noticia, finalmente se había concretado el asesinato del líder, Ocampo no salía del asombro, cuando la turba enfurecida empezaba a buscar partidarios conservadores y los asesinaba.

Un hombre pasó en ese momento y dijo que el asesino estaba en la droguería Granada, cuando Gabriel llegó al lugar reconoció al hombre, era el mismo que estaba negociando con el dirigente liberal. La turba rompió la reja de la droguería y capturó a Roa Sierra, lo arrastraban por las calles, hasta llegar al palacio de San Carlos en la Plaza de Bolívar.

Corriendo, Ocampo logró ver frente a frente a Roa Sierra y le dijo:
-Maldito asesino, yo lo vi a usted negociando la muerte del doctor Gaitán, ¿quién es el hombre que le pagó por su muerte?
-No puedo decirlo, son razones muy poderosas-respondió débil Roa Sierra
Gabriel se acercó más, lo empezó a agredir y le dijo:
-Maldito bastardo, usted sabe quién mató a Gaitán, ¿quién era ese dirigente liberal?
Cuando, sin más opciones, Roa Sierra estaba dispuesto a revelar la identidad del asesino intelectual, su debilidad y los graves golpes a los que había sido sometido, le causaron la muerte. La turba quedó con la duda, pero le preguntaron a Gabriel:
-¿Porqué dice que fue un dirigente liberal el que mandó a matar a Gaitán?
-Por que es así, algunos dirigente liberales, junto al presidente Ospina Pérez planearon matar a Gaitán.
-Los liberales no, pero el godo de Ospina Pérez sí. ¡Qué renuncie!, ¡A matar godos!

Gabriel sorprendido por lo que había ocurrido se dirigió a su café, no quería tomar represalias, Roa Sierra había muerto con el secreto y la prueba reina Al llegar al centro de Bogotá, vio su café totalmente destruido y saqueado por la turba, allí yacía el cadáver de su amada Marta.

La información sobre la muerte de Gaitán en la Clínica Central, la dio a conocer la Radio Nacional, el Bogotazo, nombre que se le dio a esa manifestación por la muerte del caudillo, causó incendios, muertes, la destrucción de muchos tranvías, medio de transporte de la época, y lo peor de todo una guerra política en muchas regiones del país por muchos años.

-“Ese día se fue mi vida, Marta había muerto, el café estaba destruido, Bogotá era una ciudad cementerio, mucha gente inocente había muerto, pero lo más triste de todo es que nada de eso sirvió, la esperanza de una nueva Colombia, sin corrupción y con buena administración había desfallecido, jamás volví a ver a ese asesino dirigente liberal. Definitivamente con la muerte de Gaitán, ese fue el día en que Colombia perdió la esperanza.”

Así terminó don Gabriel, ese anciano lleno de sufrimientos y tristes vivencias del bogotazo, con lágrimas en sus ojos, el relato y la remembranza de ese oscuro 9 de Abril...

Eran casi las 11 de la noche, la sensibilidad de Andrés y Juan Camilo había salido a flor de piel, sus mentes todavía estaban allá en ese triste día y la grabadora de Andrés había encerrado un triste relato de una triste historia.

-Don Gabriel muchas gracias, no tengo palabras para describir lo que viví hoy como periodista, mil y mil gracias- dijo Andrés. Y sin duda a usted Juan Camilo mil gracias por permitirme llegar a don Gabriel
-Sí, pero ahora el compromiso es tuyo con don Gabriel, el compromiso de publicar la mejor edición de la Revista.
-Andrés, Juan Camilo gracias a ustedes que como periodistas permitieron desahogarme, esta historia fue lo peor de mi vida, pero también es una muestra de que se puede revivir entre las cenizas. Ahora vayan, tienen una historia que publicar y espero que sea el primero en ver esa edición de lujo de la revista Informativa.
-Así será don Gabriel-le dijo Andrés- que tenga feliz noche, hasta luego.